Desde Julio del 2006 hasta Octubre del 2007 Veronika y yo estuvimos viviendo en Graz. Graz, aunque nadie la conozca, es en realidad la segunda ciudad más grande de Austria (después de Viena), ciudad natal de Schwarzenegger. Fue el año que Linus decidió empezar a existir.
Aquel año fue muy especial. Yo no hablaba nada de Alemán y eso, añadido a la actitud hostil por defecto de una buena parte de la gente de Austria, especialmente hacia los "inmigrantes" (colectivo del que de pronto yo formaba parte), hicieron de aquel capítulo un sueño irreal de incomunicación, soledad e inseguridades.
También de sentirme injustamente menospreciado y de heridas reabiertas en mi autoestima. Volví a dinámicas que ya pensaba superadas y que no experienciaba desde la adolescencia. Iba por la calle con el miedo de no querer molestar a la gente con mi presencia.
A veces, cuando hacía sol, lo llevaba mejor. Otras veces, la suciedad de las calles aumentaba de grosor, el perfume de las señoras, la elegancia de sus perritos o el acabado exquisito de los trajes de los caballeros me asfixiaban. Sentía que en cualquier momento iba a desfallecer espiritualmente, convirtiéndome sin que nadie lo notara, en un papel arrugado del suelo, o en una hoja seca y marchita arrastrada por el viento.
Los días pasaban entre turnos de 7 horas en el puesto de trabajo que pagaban nuestro pequeño ático y que nos daba sustento, pero que al mismo tiempo consumía mi alma. Me pasaba los días ensimismado y en silencio en un trabajo estridente que sólo requería movimientos mecánicos y en el que siempre acababa quemándome las manos.
Al terminar de trabajar, yo, que normalmente miro a la gente a los ojos buscando gestos de amor gratuito, tenía que llevar la mirada puesta en el suelo para intentar no ver las miradas de desprecio que algunas personas, sin entender yo muy bien el motivo, me dedicaban por la calle. Antes de ir a casa a concluir oficialmente el día, me sentaba invisiblemente en escaleras sucias o en plazas concurridas para mirar alternativamente mis zapatos y la gente que pasaba, mientras me fumaba un cigarro.
Otras veces iba directo a casa sintiéndome al mismo tiempo agradecido y espantado con la idea de que otro día más había acabado, y me fumaba el cigarrillo en las escaleras del portal, dejando que la oscuridad y el silencio me confortara cuando el temporizador apagaba las luces del bloque.
Paseábamos. Veronika me cogia de la mano y se sentía responsable. Espontáneamente me daba besos en las mejillas o me compraba helados. Durante los encuentros casuales de aquellos paseos me dedicaba a observar el lenguaje corporal de la gente y en prestar atención a las dinámicas de las conversaciones y a los más insignificantes detalles, mientras esperaba pacientemente a que la conversación, ajena a mí, llegara a su fin.
A veces recordaba cuando era pequeño y me agarraba a la pierna de mi madre en el mercado, esperando a que terminara de hablar con algún conocido.
Ese año no pude hablar con mucha gente. Por un lado, a veces sentía que me desvanecía. Pero por otro, es cierto que observé y observé, y que al final aprendí un poco de Alemán, y también sobre cosas algo más profundas y abstractas.
Cuando iba por la calle, por ejemplo, por primera vez podía reconocer rostros muy fácilmente. La panadera de Jakominiplatz, la novia de uno de los gemelos que se sientan siempre a ese lado del Stadtpark, uno de los voluntarios-mercenarios de Green Peace de Herrngasse vestido de paisano. También podía sentir con más facilidad el estado de ánimo de la gente.
Y sobre todo, durante esa pesadilla irreal y silenciosa de un año deambulando por las calles, desarrollé una empatía especial y silenciosa con esos otros fantasmas urbanos de Graz a los que quiero dedicarle la sección Personajes del blog: lunáticos, mendigos y músicos callejeros, personajes peculiares, hermanos míos todos, a los que abrazaba con la mirada para confortar su soledad y melancolía, reflejo secreto de la mía propia.
Tuesday, March 18, 2008
Zapatos sucios
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3 comments:
Muy profundo.
Conozco buena parte de las sensaciones que narras. También, como vos, he emigrado varias veces.
El mundo es muy raro.
Bonita entrada.
Ya conocíamos los Húngaros y yo, el sentimiento que te produjo vivir en Austria.
Aun así, me gustaría pensar que la xenofobia que mencionas está mas canalizada en diferencias socioeconómicas que socioculturales. El asunto no sería por ello menos grave, pero si tendría ya respuestas muchas mas preguntas de las que bombardean mi cabeza cuando pienso en estos temas.
Exquisito!
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