El 4 de Noviembre de 2007, el capitán Zissou y su tripulación zarparon del puerto de la bahía de Santo Colomo en una expedición temeraria augurada al fracaso.
Hoy, casi 6 meses después, un buque mercante de la compañía Las Amercias encontró la embarcación encayada en un arrecife cercano a Pederasca. Se especula sobre un posible naufragio debido a la inexperiencia del capitán en las aguas mayores, aunque las autoridades navales no descartan otras causas.
Tras explorar la embarcación los marinos de Las Amercias encontraron algunos efectos personales. No se han encontrado sin embargo, resto alguno de la tripulación.
Hoy se vive un día de luto oficial en el puerto de Santo Colomo. Las banderas se bajarán a media asta debido al cariño que el pueblo le tenía al capitán por su papel activo en la Revolución de los Palomos.
Sin embargo, no hay dos sin tres, y cada cual tiene su San Pascual, especialmente en Santo Colomo, donde el que no come pan, definitivamente come lomo.
De todas modos, a mí nunca me cayó bien, era un petulante engreído -gruñe Kymmenen, un bucanero barbudo de los de parche en el ojo y cicatriz en la cara- El podrido bastardo...
Pues a mí siempre me pareció un chico muy majo y educado, -interrumpió doña Herminia, siemprepresente de cuerpo y cuervo- Quizá un poco sisältäohjautuva, pero muy educado.
Molesto por ser interrumpido, Kymmenen respondió- Anciana, váyase a otro lado con su cuervo a roer y chupetear huesos si no quiere que le dé un puntapié en el costalal como el que le dí en el 74. -Viendo el efecto de sus palabras en doña Herminia, prosiguió algo más envalentonado- El Zissou ése, era un marino de plumero y fanfarria; con sus suspiros de chiqueta enamorada sacaba a cualquiera de quicio. Era de ese tipo de capitán que para salir de su camarote necesitaba siempre 30 minutos de espejo y polvera. Y yo meo ron añejo sobre mamelucos como él.
Pogo el mono, inseparable compañero de Kymmenen, sabía muy bien como agitar el ambiente cuando su amo se animaba, así que empezó a gritar y a dar saltos sobre las vigas de la cantina parando solamente para rascarse el ojete mofándose de la anciana.
Una risa se extendió entre los hombretones de la cantina, la mayoría de los cuales, aquella noche, o temían, o estaban al servicio de Kymmenen.
Doña Herminia, sabiendo de la rivalidad de los dos marineros, y habiendo acumulado a lo largo de los años tanta astucia como prudencia, respondió antes de darse la vuelta - Un poco de respeto para el ya difunto capitán, no es de hombres hablar duro cuando ya no se ha de ser contestado.
¡Anciana del infierno! -estalló Kymmenen, levantándose de su silla con llamas encendidas en su ojo de alquitrán.
Rápidamente, con un gesto certero, la anciana se cubrió con su capa negra, y ante el asombro de todos, cuerpo y cuervo desaparecieron en una nube de humo gris y plumas negras.
Mientras la confusión aún estaba tan presente en la cantina como el humo de la anciana, se oyó decir desde todas partes:
Si tan duro eres, junta a tus hombres, coge tu nave y zarpa al amanecer. Triunfa donde él fracasó y gánate el respeto de los que aún callando, todavía recuerdan lo que hiciste en la bahía de San Jerónimo.
Enfurecido y respirando pesadamente por la nariz como un toro bravo, Kymmenen, a falta de ron, tragó orgullo, y sin saber muy bien por qué, tomó las palabras de la anciana como una orden, y al poco tiempo bebía como un bucanero mientras su segundo de a bordo reclutaba a los mejores hombres para la travesía de la mañana.
Sunday, April 27, 2008
Gaceta la Goleta
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Kymmenen
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4 comments:
Uoooo, qué momentazo con la vieja y qué sería lo que hizo Kimmenen en la bahía de San Jerónimo? Por dios qué curiosidá más mala ma daoooo.
Juanmi, puliéndose ahí, coño!
(Cielos! cielos! Como engancha la historia!
Cuando la vieja desaparecio dejando humo y plumas, pensé que iba a reaparecer en cualquier momento agachada a los pies de Kimmenen, para asestarle una apuñalá en la espinilla para desparecer de nuevo.)
Pero la vieja, mas cuerva por diablo que por vieja, prefirio usar su frasquito de sustancias alquimicas de evasion. Entre la confusión producida por el humo y los borrachos sorprendidos, accedió al sotano de la cantina por la trampilla secreta de debajo de una mesa. Esa trampilla la construyó su padre, como parte de su número de magia y prestigitación, hace tantos años que solo una vieja y un cuervo lo recordaban. De niña, su parte favorita era cuando su padre hablaba a traves de las tuberias de la calefacción, y su voz espectral se escuchaba por todos los rincones del edificio. Nunca tuvo hijos, era la primera vez que hacia el truco del padre, y tuvo que aguantarse la carcajadita al imaginarse a todos aquellos borrachos y piratas, hombretones crueles y sanguinarios en su mayoria, asustados, mirando hacia todas partes, algunos buscando su espada, otros la jarra de lo que sea, todos con el mismo pánico.
Nunca tuvo hijos, pero de haber tenido alguno, le hubiera gustado que fuese como Zissou. Quizas por eso aquella noche la vieja y su cuervo prepararon el espectaculo meticulosamente, tal como lo habria visto hacer mil veces de su padre: las luces apropiadas en los lugares precisos, las cortinas echadas, el agua y las hierbas hirviendo, para cargar el ambiente, y un toquecito de sustancia prohibida en las bebidas, para alargar el valor y las lenguas de los hombres esa noche, forzados por hombría a mantener su palabra por la mañana.
La vieja y el cuervo sabían que Zissou aun estaba vivo, algo en la bruma de la mañana se lo decia. Asi que la cuerva vieja preparo lo preciso y necesario, para que una expedición de marineros fuera, si no al rescate, al menos por el mismo camino por el que Zissou y sus hombres desaparecieron. El capitán sabría aprovechar esta oportunidad, murmuraba la vieja mientras arriba, en la cantina, los hombres bebían y se alistaban a la tripulación de Kimmenen.
Nunca tuvo hijos, quizas por eso, al terminar su treta, la vieja sintio que algo brillaba en su seco y viejo corazon, un brote primaveral en una rama seca por el invierno. El ojo del cuervo tambien brillo, pero con otras connotaciones.
CAPITULO II:
Maldiciones: El Fuego de la Desidia.
Arban permanecía cerca del fuego, llevaba tanto tiempo y tan cerca que las llamas le abrasaban la piel. A su espalda se extendía la fría noche invernal, que parecía no acabar nunca. Al guerrero mongol le costaba determinar cuanto llevaba allí, rodeado de nieves y ventiscas, acurrucado al calor del fuego, esperando la primavera. Poco a poco fue perdiendo la esperanza de volver a ver la luz del día, y el recuerdo del viaje con Zissou y sus compañeros era cada vez más borroso y lejano.
De pronto, sus ojos absortos en el baile de las llamas, parpadearon, se llenaron de conciencia. Se vio a sí mismo, un gran guerrero acurrucado como un niño, cómo he podido pasar tanto tiempo así, se preguntaba mientras se ponía de pie y se sacudía el abrigo. Miró el fuego con cierto desdén, como la mirada que dedicaría a alguien que le ha estado engañando o robando. Se giró y comenzó a andar, adentrándose en la fría noche oscura. Sus pasos eran pesados, se hundían en la nieve, el viento abofeteaba con un guante gélido su rostro, sus piernas se resentían de haber estado tanto tiempo acurrucadas. Avanzaba cuesta arriba, avanzaba cuesta abajo, y la noche continuaba siendo invernal y oscura. Le empezó a temblar el ánimo cuando pensó que ni siquiera sabía a donde se estaba dirigiendo. Dejo de caminar cuando pensó que no sabía siquiera a donde quería ir. Tras estas preguntas sin respuestas, surgió finalmente una respuesta sin pregunta: el fuego. Mientras sus huesos protestaban por la pérdida calorífica masiva, deseó pasar junto al fuego al menos un ratito, el suficiente para quitarse el frío. Volvió su mirada y para su sorpresa, a unos diez pasos de él había una hoguera, tan grande como la que había dejado atrás. Rápidamente se acerco y acurrucó ante ella. Lentamente su cuerpo volvía a recobrar la temperatura. Mientras las células de su cuerpo se animaban a bailar al ritmo de las llamas, Arban se preguntaba si ese sería el mismo fuego que dejara atrás. El fuego seguía con su danza, pero Arban ya no le acompañaba, había algo en el baile hipnótico del fuego que no surtía efecto como antes, el guerrero estaba absorto en una serie de preguntas. Y de ser el mismo fuego, cuánto tiempo he estado andando, es que acaso no he avanzado, y si es acaso otro fuego, quien lo puso ahí para mí… Para cuando llegó a la última de las preguntas, el calido abrazo del fuego volvía a ser abrasador: ¿cuántas veces me ha pasado esto mismo? ¿Cuántas veces he abandonado este fuego y he vuelto a él?
Un fuerte nudo se aflojó en la mente del mongol, surgió una idea como un chasquido de dedos, y el cuerpo del guerrero respondió poniéndose súbitamente en pié. Estoy maldito. No se cómo he llegado aquí, ni de donde viene este frío ni de donde este fuego, pero me tiene preso.
Estando de pié, observándolo todo desde esta nueva posibilidad, ni el invierno parecía tan invernal, ni el fuego tan agradable. Invierno y fuego eran una misma cosa, dos cabos de una misma cuerda, y atrapado en ella un guerrero mongol llamado Arban.
Herido en su orgullo pisoteo el fuego hasta apagarlo, no dejó de él ni el humo, y volvió a caminar en la oscura tempestad. Esta vez contaba sus pasos, para asegurarse que avanzaba, y con la funda de su espada hacia un surco en la nieve, para comprobar que lo hacia en línea recta. Cuando llevaba más de mil quinientos pasos, dudó si así llegaría a algún sitio, pues estaba maldito. Un escalofrío recorrió su espalda cuando pensó que el fuego podría estar otra vez detrás suya, se giró, y solo encontró un surco de nieve y sus huellas, que se perdían en la noche. Suspiró aliviado, pero al darse la vuelta por poco mete el pie dentro de la hoguera. Maldito sea, siempre vuelvo aquí, refunfuñó mientras se acurrucaba a descansar y recuperar calor. Se quedó mirando la hoguera, sin embargo esta vez los ojos de Arban brillaban más que la propia hoguera. Si estoy aquí, es porque alguien o algo me ha embrujado. Si no he conseguido salir es porque hasta ahora he estado haciendo lo que se suponía que la maldición me haría hacer, caminar en la tempestad hasta agotarme y volver al fuego, que casualmente siempre esta a mi espalda. Bien, se dijo, creo que ahora sí estoy avanzando algo.
Estuvo largo tiempo pensando, buscando una salida. Caminó alrededor del fuego, se sentó junto a él, se volvió a poner de pie, se tumbó, tratando de encontrar la clave que le sacara de su maldición. Finalmente su rostro volvió a iluminarse. Mi voluntad, mi deseo.. mis ilusiones… aquí es donde me afecta la maldición, donde me atrapa. El frió de este invierno ficticio me ha estado anulando la voluntad y la ilusión, la hoguera se ha encargado de distraerme, y al estar acurrucado he ido perdiendo la destreza. Así, repitiendo este ciclo, yo mismo he trenzado la cuerda que me ataba. Esta vez el calor, en forma de orgullo, vino de dentro. Progresivamente fue creciendo su enfado: bufó, gritó, dio vueltas sobre si mismo tratando de escapar de una tela de araña imaginaria, pateó el suelo, pero la nieve levantada se unía a la nieve llevada por la ventisca, y en cuanto paraba de moverse, exhausto, nada había cambiado, la ventisca seguía soplando, la nieve era fría y las llamas seguían bailando hipnóticamente.
Pero el guerrero volvía a ser guerrero. Tengo que hacerme fuerte. Si la maldición trata de anular mi voluntad y mi deseo, yo los haré crecer hasta destruir la maldición. Para ello debo buscar dentro de mí. Arban desenvainó su espada, la alzó la cielo, para después clavarla en la tierra y, posando una rodilla en el suelo, apoyó su frente en la empuñadura de la espada, que tenía la forma de un dragón con las alas extendidas. Visto desde fuera podría parecer que estuviera rezando, invocando la ayuda de algún dios. Había visto demasiadas muertes y miseria, hacia mucho tiempo que no confiaba en ninguno de ellos. En realidad se estaba invocando a sí mismo, recorriendo las raíces y los caminos que en él desembocaban. Empezó por recordar la historia de su pueblo, desde los orígenes mismos de la vida hasta llegar a él. Fue haciendo suya la voluntad de todos sus antepasados, todo el esfuerzo colectivo invertido. En su pecho no era su corazón el que latía, sino el corazón de todo un pueblo, un regalo transmitido de generación en generación, el empuje de la vida. También recorrió su propia historia, desde que nació, pasando por los acontecimientos que fueron formando su ser, recordando todas las personas que participaron en su vida, volviéndolas a saludar, mostrando afecto y respeto. El fuego poco a poco se iba consumiendo, el invierno desaparecía. Recordó finalmente a sus compañeros, Zissou y todos los demás, y la expedición que comenzaran meses antes desafiando la fortuna en pos de la gloria. Llegado este punto, Arban no era más un hombre apoyado en una espada, él era la espada en la que su pueblo y su historia se apoyaba. Ya no había invierno, no más fuego, nada. El guerrero rugía por dentro. Súbitamente la hoja de su espada comenzó a arder, el dragón de la empuñadura cobró vida. A través del cuello retorcido del dragón surgió un grito, y una de las esmeraldas que hacían de ojo brilló a la vez que, en otro lugar, un ojo de cuervo también lo hacía. Arban abrió sus ojos y se incorporó sobresaltado de un mal sueño.
Le costó un poco recuperar el aliento y tomar conciencia de donde se encontraba. Parecía estar en una gruta o caverna donde había más gente, aparentemente ninguno de sus compañeros. Algunos estaban durmiendo en el suelo y otros, despiertos, se encargaban de cuidar de éstos. Más bien de mantenerlos dormidos. El aire estaba muy enrarecido, olía mal. Le dolía la cabeza, apenas podía moverse y todo parecía muy confuso. Uno de los cuidadores se percató, y se dirigió serenamente hacia él.
Fin del capitulo.
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